Esperábamos que el semáforo se
pusiera en verde, yo iba de copiloto al lado de mi amiga Virgie, quien manejaba
de manera empoderada su vehículo pick up, no recuerdo marca, color o modelo,
solo recuerdo que era transmisión mecánica y que manejaba mucho mejor que mis
compañeros supervisores.
Andaba de visita por La Ceiba, el
trabajo me obligaba a visitar un lugar tan genial como ese. El semáforo se
puso en verde y nos poníamos al día de lo que había pasado en el último mes.
No nos habíamos visto desde ESA despedida.
Esa noche iríamos a comer pizza,
junto a Austria y el exótico, a ambos hacía mucho que no los veía, era un
trayecto corto poco menos de 15 minutos y comenzamos a hablar de ESA despedida.
Eran inicios del 2017, la empresa
atravesaba una “reestructura”, la verdad hubieron demasiadas y creo que siguen
habiendo, por aquellos entonces los de Santa Mónica, de verdad éramos una
familia, sé que todas las empresas dicen eso, pero eso lo decimos lo que
estuvimos ahí, trabajando juntos hasta la medianoche, haciendo que las cosas
pasarán, éramos un grupo diverso, demasiado bien integrado, todos nos
apoyábamos, nos ayudábamos a mejorar, los jóvenes teníamos entusiasmo e ideas
nuevas y los adultos con experiencia nos aterrizaban para canalizar esas ideas
que desbordaban. Desearía que todos, al menos una vez en su vida laboral,
trabajen en un ambiente tan genial, unido y exigente como el de Santa Mónica.
Pues esa dichosa “reestructura”
implicaba muchas cosas, la mayoría cosas buenas, muchos fueron promovidos,
reasignados, etc., pero lo más importante es que nos separábamos, todos
tomaríamos rumbos distintos, Santa Mónica ya no sería nuestro de sitio de
trabajo en poco más de un mes: Tegus, La Ceiba, El Progreso, Santa Rosa, etc.
Eran algunos de los destinos que tomarían algunos, otros se quedarían, pero como
toda buena familia, llegaba un momento donde nos teníamos que separar. Así que
como jóvenes adultos responsables teníamos que hacer algo: una despedida épica.
El destino, un complejo residencial
frente a la playa: dos casas, dos cabañas, una piscina, bar y un amplio
parqueo, nos preparamos con carne, cerveza y mucho licor, éramos como 20
personas que iríamos a vivir una verdadera despedida.
Esa noche bebimos demasiado, bailamos
demasiado, mis amiguitas pasaron el examen de recoger tostones, bebimos vodka,
tequila, ron, cerveza y agua de piscina, el party iba tan bien, que hasta la
lluvia se nos unió y como ebrios, cualquier idea es buena, nos metimos a la
piscina lloviendo, jugamos peleas en el agua, no recuerdo a quien cargue, pero
mi cuello lo sufrió mucho, nuestro gigantesco y ahora desagradable amigo Osman,
quiso grabar el momento en su genial cámara Nikon y sufrió una de las caídas
más memorables, iba corriendo un hombre con obesidad mórbida, cargando su
cámara, por el pasillo de madera mojado por la lluvia cuando dio un paso en
falso, cae de culo, pero la inercia era tan grande que wow, de una se vuelve a
poner de pie, como si hubiese caído en un resorte, quizá solo 4 vimos esa caída
histórica, pero estoy seguro que ninguno de esos 4 la olvidamos.
Pero bueno, volviendo a mi amiga
Virgie, ella también había estado en esa maravillosa fiesta, fue si no me
equivoco la última en ir a dormir, yo la verdad ni recuerdo en que momento
perdí la batalla. Con ella recuerdo haber bailado, ella también vivió la épica
caída, etc. Y sé que disfruto al máximo ese party así que teníamos que
recordarlos.
Todo iba bien, nos emocionábamos a
recordar todo lo que pasamos, los excesos, los bailes, quien caducó primero,
quien hizo algo divertido, quien le echó tequila al jugo de piña con el que
acompañábamos el vodka, en fin… Hasta que de repente:
- ¿No te acuerdas porque te enojaste?
- Y yo: ¿Me enojé?
- Sí, estábamos bailando tipo
tranqui, ya como a las 4 am, pero de repente me quisiste besar y yo te dije que
no lo hicieras, te diste la vuelta y te fuiste maleado.
Yo la voltee a ver como cara de
incredulidad, Virgie me contaba con mucha naturalidad, se reía de que no
recordara nada, pero creo que entendía perfectamente el contexto en el que
estábamos, yo me moría de la vergüenza, no recordaba nada de eso, ni recordaba
cómo había llegado al cuarto en el que amanecí con una de las peores “gomas” de
mi vida, había chateado con ella y ese día sin ningún tipo de vergüenza
habíamos quedado de ir a cenar y que ella me llevara.
Me disculpé, claro que era un lindo
rostro para besar, pero no así, no ebrios, no sin que estuviese de acuerdo, no
teniendo una gran amistad, ella me dijo que no pasaba nada, que todos nos
habíamos excedido, pero que tampoco era para que me fuera enojado. Tenía razón,
pero mi yo ebrio, quizá necesitaba un pretexto para ir a dormir y ese rechazo
lo fue.
Fuimos a cenar a una pizzería súper
fresa, muy al estilo de Austria, con el exótico estuvimos bromeando toda la
noche, ellos ya estaban adaptándose a la nueva estructura, me ponían al día de
todo en el trabajo y pase una gran velada, que me encantaría que la vida me
permita repetir al menos una vez más con esos grandes seres humanos. Se hizo
tarde, me despedí de todos y Virgie me pasó dejando por mi hotel.
La vida no me permitió besar a Virgie,
ni ebrio ni sobrio, Virgie ahora vive aislada en un paraíso, y para no olvidar
que debo pedir permiso antes de besar alguien escribo esta pequeña historia, no
recuerdo porqué me enojé realmente, pero recuerdo que en esa ocasión me despedí
de mi familia temporal de Santa Mónica y tanto la despedida como el tiempo
juntos, espero recordarlos siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario